El ámbar del Diccionario Barcia.

 

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Quería dedicar una entrada a la palabra electricidad. La razón es que en el listado de raíces griegas que cada año paso a mis alumnos de 2º de bachillerato, aparece ἤλεκτρον, palabra que los estudiantes en seguida ven que da origen a la española (y universal) «electricidad». Sin embargo, ἤλεκτρον significa ámbar. De buenas a primeras, ¿Qué tiene que ver el ámbar con la electricidad?

No es vox populi, desde luego. La tentación es intuir y proponer. ¿Quizá el ámbar es un aislante, o al revés, un cuerpo «corriente», «que conduce electricidad»? ¿O es que la genera? No, que se sepa.

La web que prefiero, por completa, para consultas de etimología, al parecer chilena, da cuenta de la raíz griega de electricidad, pero no explica la razón. Vean.

Tengo un amigo obseso de la etimologías, el psicólogo Ernesto Maruri. Tuve el placer de comer con él en Pamplona a primeros de marzo y le comenté esta laguna. No tardó ni ocho horas en enviarme unas fotos tomadas a su apreciado Diccionario de Etimologías heredado, obra de Roque Barcia, el primer diccionario general etimológico de la lengua española, de 1880.

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En esas fotos venía la explicación ansiada. Ya los griegos antiguos, explica el diccionario, observaron en el ámbar una extraña propiedad: atraía o repelía otros cuerpos. La traducción radical de «electricidad» sería «ambarinidad»; es decir, el fenómeno natural conocido como electricidad, que por otra parte no es exclusivo del ámbar, en cambio sí fue descubierto por primera vez en al ámbar. De ahí que fuera el ámbar griego, el ἤλεκτρον, el material que le dio nombre.

Por otra parte, el conocido electrón, en Física, que es tal cual la transcripción de ἤλεκτρον, partícula subatómica con una carga eléctrica elemental negativa, es decir, se ha quedado con la función repelente del ámbar, la que colisiona, no la que atrae.

Teniendo en cuenta que el ámbar es una piedra semipreciosa, hay que reconocer que el libro que nos ha revelado su papel en la historia de la ciencia, el Roque Barcia, lo supera: es una obra ultrapreciosa. La palabra ámbar, por cierto, es árabe y daba nombre al precioso ámbar gris, esa secreción del cachalote que se usa desde antiguo en perfumería. En El Quijote, Sancho Panza dice de Don Fernando, el hombre que le ha quitado la novia a Cardenio, que «huele a ámbar», así que vemos hasta qué punto el ámbar gris era una sustancia usada en perfumería: su nombre, tal cual, ámbar, era sinónimo de «perfume», en tiempos de Cervantes.