Torrente Ballester como vilano

Leo por primera vez Quizá nos lleve el viento al infinito, novela de Gonzalo Torrente Ballester publicada en 1984, gracias a un taller que ha impartido David Torres, gran admirador del novelista gallego.
La escritura de TB es magnífica, brillante y clara y juguetona. Lírica y cómica, la más inteligente e ingeniosa que recuerdo jamás haber leído.

Ingeniosa adjetivando. «Motoristas ululantes», «vigilantes puntas de cigarrillos».

Ingeniosa describiendo: estar erguido es «la postura justa de una serpiente ofendida». «…algo escurrida de pecho, y ahora, en el suéter, le soplaban por dentro vientos gemelos y turbadores».

Ingeniosa en situaciones y diálogos:

«—…¿se habría acostado con ella?

—No, esté usted tranquila. No se me pasó por las mientes.

—Esas cosas —me replicó ella—, no pasan precisamente por las mientes.»

Esta novela es extraordinaria por su originalidad, por cómo, partiendo de una parodia de las novelas de espías y de ciencia ficción, consigue embaucarnos en un juego nada verosímil. No suspendemos la incredulidad; suspendemos, neutralizamos la credulidad, nos importa un rábano creer, queremos jugar.

Un ser fantástico, capaz de suplantar identidades a placer, anda invadiendo los cuerpos de otros hombres vinculados a una trama de espionaje. Lo amenaza, le sigue la pista una matahari que es un perfecto robot, y se enamora de Irina, agente de la KGB. Las peripecias están al servicio de un despliegue de imaginación, lenguaje delicioso y profundidades en el terreno de lo amoroso y de lo religioso, cuando una máquina humanoide grita, en el momento de expirar, el nombre de Dios.

Merece ríos de tinta la glosa de esta obra bellísima, que es como un Quijote escrito por Philip K. Dick o un Blade Runner con guión de Cervantes.

Le dijo TB a Soler Serrano en 1976 (entrevista de TVE «A fondo») que el español de Valle Inclán era mejor y «más rico» que el suyo. Era muy modesto Torrente.

En Quizá nos lleve el viento al infinito he encontrado rarezas:

Crujías. Desconocía la palabra. Son largos corredores. Un préstamo del italiano corsias. Del latín cursus, carrera.

Giga. Nada que ver con el griego grande. Es un baile antiguo, acelerado por arte del violín. Origen francés y quizá del alto alemán.

«Me debrucé« en el volante: nunca habría visto usar el verbo debruzar por darse de bruces. Es más, lo desconocía. Busqué primero debrucir en vano y por poco tiro la toalla. Bruz viene de buz, labio, boca, que es arabismo.

Iconostasio. Es el tríptico mampara que separa el altar del resto de la Iglesia, con imágenes (εἰκών, eicón, imagen + ἵστημι, hístemi, estar de pie) pintadas. Es la única derivada del griego curiosa que he localizado en la novela.

Recrestarse. Escribe TB: «…no fuera del Diablo que Paul se me recrestase ante las patatas con perejil». En gallego existe el verbo recrestar, que es descansar. No sirve esta acepción aquí. Parece aludir más a cresta. ¿Se asomase? ¿Algún gallego en la sala que nos lo aclare?

Torrente Ballester me ha parecido un portento. Había leído hace muchos años Ifigenia, buena muestra de su vocación desmitificadora. He catado La saga/fuga de JB, que espero terminar pronto. Me siento muy emparentado con Torrente, he escrito libros torrentinos sin haber leído los libros de TB. Cuando publiqué Stradivarius Rex en 2009 hubo muchas reseñas. El novelista Daniel Ruiz García vio una novela «cervantina». Otros la compararon con la película Cómo ser John Malcovich, que yo no había visto. David Torres fue el más erudito y vio la coincidencia con El vagabundo de las estrellas de Jack London, también ignorada por mí. Pero la perfecta coincidencia entre Quizá el viento… y Stradivarius Rex en su personaje protagonista, con su condición de suplantador de vidas, y con el juego que este supuesto posibilita para la alegoría de la creación literaria o la reflexión sobre la identidad, nadie la pudo señalar. Prueba de que esta obra cumbre de la novela española, injusta y lamentablemente, fue poco leída y es mal recordada hoy.

La inteligencia de TB cuaja en frases con las que nos deleita con su comprensión del mundo. Les dejo con una pequeña colección.

Conviene recordar que las causas son incontables y los efectos verdaderamente pobres.

…esa manera de llevar en alto la nariz (los poderosos) que los confunde con algunos ilusos.

Los ingleses, gracias a Shakespeare, están purgados ya de la tragedia.

Nunca puede computarse la duración de un beso.

Ninguna inteligencia es inexplicable.

Miguel Dalmau, melómano y músico, me envía comprobante de la giga irlandesa: jig. Seguro que John Ford sabía bailarla.

Una última palabra quiero comentar: vilano.

El espía superhéroe que narra y protagoniza esta aventura, también llamado el Maestro de las huellas que se pierden en la niebla, acaba sus días en Mallorca, es decir, hace lo que Torrente hubiese querido hacer. Mira el mar, recuerda a su amada, y anhela ser llevado, hasta el infinito, junto a ella, en forma de vilano.

No milano. Desear volar en forma de pájaro es un tópico. Torrente es más sutil, escoge esa pelusa, esa cabeza como de anémona con filamentos suaves del cardo, que se esfuma con un golpe de viento.

He buscado el origen de vilano. El Diccionario de Autoridades, tomo IV (1794) nos aclara que milano «se llama también la flor del cardo seca, que vuela por el aire. .. Otros le llaman Vilano. Latín. Pappus.«

Es inevitable deducir que los etéreos pelos del cardo tomaron el nombre de la ligereza del plumón del ave, y que luego se independizaron de su referencia, milano, con un sencillo salto de consonante.

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