La novela Animales feroces, de Manuela Buriel (editada por Aristas Martínez este 2020), está protagonizada por un adolescente llamado Arcas. Arcas, Ἀρκάς, es el nombre de un personaje mitológico poco conocido: el hijo de la unión de Zeus con la cazadora Calisto, la que fue convertida en osa y luego en la constelación Osa Mayor. Arcas dio nombre al pueblo de los Arcadios. Arcadia es sinónimo de tierra de felicidad y paz, por mérito de Virgilio y sus Églogas allí ambientadas.

La raíz de Arcas es ἀρχ-, con el significado básico de empezar, ser el primero, dirigir o gobernar. Tenemos muchas palabras en castellano con esta raíz en su acepción de antiguo (por primero). Curiosamente el arca de la Alianza, por antigua que sea, no debe su nombre a esta raíz griega sino a la voz latina arca, caja, (verbo arcere, de origen indoeuropeo, contener).
La mayoría de los nombres de Animales feroces son exóticos. Por ejemplo Tengu, también llamada Mei, el personaje fascinante (en un principio) con que nos topamos pronto y que introduce al narrador protagonista, Arcas, en la aventura. El conserje del colegio se llama Enomao. Dos botones de muestra en esta historia situada en escenarios sin nombre propio: el Pueblo, la Ciudad, la Capital.
Tengo sentimientos encontrados sobre la novela de Manuela Buriel, pseudónimo último del autor esquivo que se ha escondido antes en el de Colectivo Juan de Madre y a quien le publiqué en Sloper en 2011 la novela El libro de los vivos, obra que Buriel cita en Animales Feroces (página 41) como La casa de la cura de almas. Este autor me maravilla. Su New Mynd me dejó boquiabierto. Reivindiqué un prestigio y una presencia mediática máxima para Colectivo Juan de Madre en La mala puta (2014). En Animales feroces he vuelto a toparme con momentos de una belleza turbadora, imágenes tan feéricas como el pubis de una adolescente que se baja las bragas y queda velado por el desprendimiento de unas plumas de pájaro. La mezcla de virginidad angelical y de erotismo que se consigue así, provoca un feliz cortocircuito.

Hay frecuentes hallazgos poéticos bien insertados en esta narración de sesgo político-antropológico. Por situarnos, Arcas, su amiga extravagante Tengu y dos jóvenes más forman una especie de secta política, las Tetramorfas, idealista y de discurso anarquista y marxista, que pone en marcha dos procesos: el renacimiento de Arcas en la forma del animal que en verdad estaba llamado a ser, una hiena (junto a la zoologización de sus hermanos), por un lado, y por otro las acciones políticas terroristas con que estos revolucionarios quieren demostrar al mundo dirigente, representado en un colegio de niños ricos, que las cosas van a cambiar.
Por su acertada estructura narrativa (capítulos dedicados a la conversación de Arcas con su abuela muerta Lucero, capítulos-epístolas a su amigo Simón Pedro, que estudia en la Capital) y por su atmósfera fantástica, el libro es una gozada, un producto de una inteligencia indiscutible. Entonces, ¿qué problema le veo? El problema no lo veo tanto en la obra como en mí ante la obra. Admirador de esta mente creadora, me sorprendo perplejo ante el discurso político de los héroes de la novela, ante unas ideas torpes y unos razonamientos ridículos, tanto que la primera impresión invita a tomarse este relato como una caricatura del idealismo juvenil, una parodia de toda revolución proletaria. Pero el subtítulo de la novela no es «una fábula anticomunista». El libro avanza y queda la sensación de que Buriel no se ha propuesto tal parodia: cierto que no hay por qué identificar el pensamiento de Buriel con el de las Tetramorfas, sin embargo hay una exaltación clara de todo el proceso que aúna las metamorfosis fascinantes de los cuerpos (revolucionarios y revolucionados) y las ideas que sustentan, impulsan y explican estas metamorfosis.

¿Qué ideas? La teoría original que alimenta la revolución de las Tetramorfas y su metamorfosis en animales (uno en hiena, otra en pájaro etc.) es que hay que descubrir al animal feroz que estábamos todos destinados a ser, el animal amordazado por milenios de tradición y cultura, es decir de Civilización, es decir, de Humanidad. El animal feroz, «la revuelta animal» instaurará el verdadero orden natural, invertirá la escala del poder, liberará a los oprimidos de siempre y ajustará las cuentas a los dirigentes. Desde nuestra gestación, según la revelación que ilumina a las Tetramorfas, «nos vencen, moldeándonos a imagen y semejanza del Hombre, pero con el espíritu apaciguado de los esclavos». Nuestros padres, «animales desdentados», utilizan «el arma del Hombre» por una «inercia histórica a la que debemos poner fin». Esta arma consiste en ocultar a los hijos su naturaleza o «médula» animal.

Buriel, tal vez, ha querido retratar el entusiasmo feroz y radical de tantos adolescentes que se deslumbran, en su bisoñez, con ideas que cuestionan la decencia del mundo. la realidad que descubren al salir del huevo. Lo hace con tal belleza y esfuerzo poético y a la vez filosófico que quisiéramos ser seducidos por la misma causa que Arcas y sus amigos. Sin embargo, tras el deslumbramiento de esta impactante teoría antropológica, que explica cómo venimos al mundo y cómo la Cultura del Hombre nos hurta el cordón umbilical y nos esclaviza, se hace evidente la contradicción: solo se puede pergeñar una explicación antropológica porque somos hombres, no animales, incluso si lo que queremos propugnar es una reivindicación zoológica.
Es fácil sintonizar con toda apología de la Naturaleza, pero aquí la naturaleza solo es una parte de la empanada, nunca mejor dicho cuando hablamos de creencias adolescentes. En ésta encontramos también situaciones que muestran cómo es propio de la radicalidad ideológica caer en el error/terror de justificar los medios por un fin. Página 182:
Ahora ampliaremos nuestro plan de vigilancia a esas humanas ricas y apestosas. Averiguaremos dónde viven, quiénes son sus vecinos, sus quehaceres diarios, los caminos que transitan. A qué hora y dónde se quedan solas cuando cae la noche..
Así habla Arcas, y uno se ha de preguntar dos cosas: ¿es esto una obvia sátira del terror de un régimen que fue capaz de instituir la Stasi en la RDA, además de las SS de Hitler? (¿Nos imaginamos a alguien colocando hoy a su novela la coletilla «una fábula fascista»?) ¿No será todo esto, en el fondo, una manera genial de contarnos una sencilla historia de celos y envidias de instituto?
La novela tiene muchas vetas por las que discurrir. La figura del tutor de Arcas, por ejemplo, que es un trasunto del propio Juan de Madre/Buriel, ofrece un juego delicioso. Me envanezco yo mismo de haber merecido una página, debidamente camuflado, como novelista, la 106, en la que se comenta el capítulo 13 de Stradivarius rex. (No podía saber Buriel, por cierto, que lo que conté en esas páginas sí es un caso real, contra lo que afirma el tutor de Arcas).
Acabo. El mayor reparo que encuentro para el discurso zoológico de la novela lo concentro en una excusa que aparece en la última página del libro. Dice Arcas:

la crianza humana, una teoría muy especial
sobre el destino de nuestro cordón umbilical.
…en un tiempo muy breve comandarás ejércitos salvajes, animalescos, de seres inhumanos, para alcanzar la anarquía más acogedora y despiadada.
¿Por qué la sociedad humana, si es despiadada y alberga diferencias sociales, merece ser alterada con una revolución, y en cambio la anarquía animal despiadada es una utopía deseable?
Pero además, ¿qué tiene de anárquica la Naturaleza, el reino animal? Despiadado sí es. Seguro que Arcas/Buriel ha oído hablar de las terribles peleas de gatos, por no irnos a marcos muy lejanos. Y también habrá oído hablar de los machos alfas, del rey de la selva. No hay anarquía en el reino animal. Hay monarquía. Hay esclavitud. Qué raro que Arca, cuyo nombre significa Poder, Mando, Gobierno (además de Secreto si cambiamos de raíz), invoque la anarquía que le niega.
No he podido evitar comentar en el plano de las ideas una novela ante la que me postro con admiración infinita en el plano del arte, de la inventiva narrativa, del poder poético de sus hallazgos. Animales feroces es una lectura apasionante y estimulante. Bella, inquietante, te cortocircuita estéticamente y te mete en el cuerpo ese miedo al desastre, como la película The joker. La recomiendo con fervor.
“La vida puede ser moldeada bajo cualquier forma concebible. Dime los detalles que desees para un perro o para un hombre… y si me cedes el control del medio que se mueven y tiempo suficiente, vestiré tus sueños de carne y hueso… Un sistema industrial razonable tratará de situar a los hombres, a los árboles, a la piedra y al acero; en el sitio más adecuado para sus naturalezas y los pulirá con el mismo cuidado que otorga a los relojes, a las dinamos eléctricas y a las locomotoras con el fin de que lleven a cabo un servicio eficiente”.
Frank Parsons, 1894. Citado por Donna Haraway como “Ingeniero humano”, en su libro Ciencia, cyborg y mujeres
Estimado Román,
En primer lugar, quería agradecerte enormemente la generosa lectura que has realizado de la fábula Animales Feroces. Los halagos que dedicas a la obra me llenan de alegría; también celebro especialmente las minuciosas y etimológicas observaciones que aportas sobre los nombres de los protagonistas, pues su simbolismo es importante en el desarrollo de la trama, y diría que hasta ahora nadie había advertido este detalle. Al respecto, debo confesar que la decisión del nombre del adolescente protagonista (Arcas), además de por el personaje mitológico, estuvo también muy influenciada por mi admiración hacia le artista venezolane que se hace llamar Arca:
En segundo lugar, quería agradecerte enormemente el debate que abre tu crítica de la novela respecto al plano de sus ideas políticas. Es este segundo tema el que me ha animado, por primera vez en mi trayectoria como hacedor de libros, a desarrollar una respuesta pública a una reseña. Y si lo hago, no es tanto para contradecir o desbaratar tus observaciones, como para continuar con el debate. Para dialogar con tus reflexiones y preguntas.
Debo decir que no me extrañan en absoluto tus recelos ideológicos hacia Animales Feroces. Me parecen completamente lógicos por diversas cuestiones; expondré un par de ellas.
La primera se refiere al tono panfletario del texto (que ya se subtitula como fábula comunista). Como he explicado en alguna entrevista, este cariz camicace de la novela fue premeditado; mi objetivo principal fue dar voz al adolescente ingenuo, radical y comunista que una vez fui. Esquivar toda mirada condescendiente, paternalista o cínica que la edad adulta aporta a la hora de analizar las contestarias posturas juveniles y sus escandalosas estéticas. Tal y como señalaste en algún lugar, este libro no disimula en absoluto su clasismo; cabe aclarar que, en este caso, se trata de un riguroso clasismo dirigido contra las clases altas, contra aquel 10% de población beneficiaria y perpetuadora del sistema neo-liberal y de las desigualdades sociales que este genera. Al respecto, sin rubor afirmo que, durante la composición de la fábula, he llegado a plantearme si no es, precisamente, esa radicalidad adolescente unívoca, sencilla y sin matices (que soy incapaz de compartir), la forma necesaria para llevar a cabo una respuesta efectiva contra el capitalismo y sus males. Pero esto daría para otro largo texto que no me apetece encarar.
La segunda característica de la novela que entiendo pudo generar la estupefacción que expusiste en tu crítica a la misma, es su carácter ligero y fabulístico. Me explico. A diferencia de en las anteriores obras en cuya composición he participado (El libro de los vivos, La insólita reunión de los nueve Ricardo Zacarías o El Barbero y Superhombre), en estos Animales Feroces el aparato teórico que la sustenta no queda explicitado. La ocultación fue muy premeditada, aunque tal vez errónea. Nuestras anteriores obras, que escribí con Tislit Er-Rbia o junto al Colectivo juan de madre, se caracterizaban, entre otras cosas, por su exhaustivo juego de notas al pie de página o sus extensos apéndices clarificadores, en los que exponíamos los referentes, fuentes bibliográficas y aclaraciones teóricas (como la cita que abre esta carta, que encaja a la perfección con el esquema mental/social contra el que se rebela Animales Feroces, y que justo descubrí mientras escribía estas palabras). Por tres motivos no repetí este recurso: hartazgo; el espíritu fabulístico de la historia, queriendo desubicarla de todo tiempo y lugar; y la simultánea composición, junto a Colectivo, de un ensayo-ficción (de futura salida), titulado Contra la libertad, dónde ya se desarrollan debidamente (o eso pretendemos) las ideas filosóficas que inspiraron Animales Feroces.
La cuestión es que, debido a esta pretensión de lectura ligera y alegórica, el/la lector/la de la novela puede verse apelada por las preguntas y suspicacias que tú mismo planteas, Román. Cuando escribes: “me sorprendo perplejo ante el discurso político de los héroes de la novela, ante unas ideas torpes y unos razonamientos ridículos, tanto que la primera impresión invita a tomarse este relato como una caricatura del idealismo juvenil, una parodia de toda revolución proletaria”, “se hace evidente la contradicción: solo se puede pergeñar una explicación antropológica porque somos hombres, no animales, incluso si lo que queremos propugnar es una reivindicación zoológica”, “¿Por qué la sociedad humana, si es despiadada y alberga diferencias sociales, merece ser alterada con una revolución, y en cambio la anarquía animal despiadada es una utopía deseable?” o “¿qué tiene de anárquica la Naturaleza, el reino animal? Despiadado sí es. Seguro que Arcas/Buriel ha oído hablar de las terribles peleas de gatos, por no irnos a marcos muy lejanos. Y también habrá oído hablar de los machos alfas, del rey de la selva. No hay anarquía en el reino animal. Hay monarquía. Hay esclavitud”.
Justo contra estas creencias consistentes son las que pretende alzarse Animales Feroces. Quise escribir una ficción que se sumase a toda la literatura (filosófica, novelística o poética) que, de manera más o menos reciente, trata el tema de lo posthumano. Como antes decía, con Colectivo juan de madre hemos perpetrado un pseudo-ensayo en el que aclaramos y jugamos con estas teorías que nos preceden e inspiran. Pero me apetecía apuntar aquí, con mucha brevedad, posibles hipótesis ajenas que responderían de alguna manera a tus preguntas (o si no las responden, sí que señalen otros caminos de pensamiento alternativo). Por ejemplo: lxs autorxs aunadxs en eso que se ha dado por llamar realismo especulativo, o los laboratorios ciberfeministas, y cómo no la visión naturocultural de Donna Haraway (recomiendo encarecidamente el primer número de la revista Xenomórfica para introducirse en estos temas). Todxs ellxs empeñadxs en emprender el pensamiento más allá del anthropos. En dejar de pensar la Naturaleza como ente externo a nosotrxs; y erradicar la descripción y uso antropológico de la misma.
Para bien o para mal, nada de esto se explicita en Animales Feroces; pero cada una de sus palabras bebe de estas fuentes. Bebe de ellas para cumplir un ambicioso plan (propio de un chaval de dieciséis años): unificar en una simpática fábula alegórica estas teorías posthumanistas y queer con la lucha de clases. Una fábula que no aspira a ser tomada en serio, pero sí a generar imaginarios alternativos al proyecto Ilustrado que dio lugar al realismo capitalista contemporáneo (heteropatriarcal, excepcionalista humano y de libre mercado).
Para bien no explicité las fuentes antes, si consideramos que, en caso contrario, tal vez nunca habrías publicado tu crítica sobre el libro, Román; y, por lo tanto, jamás se habría iniciado este diálogo.
Mil abrazos luminosos,
Dani aka Manuela Buriel
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Bonne continuation pour ton blog que je continue à suivre réguliérement. Enrica Dannie Klemens
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Merci!
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