La voz amniótica de Begoña Méndez

Leyendo el novísimo libro de Begoña Méndez, Autocienciaficción para el fin de la especie (Ortega y Hurtado Editores), me topo en cuatro ocasiones con la palabra amnios.

Página 13: «Me desdibujo en el amnios de la gasolinera». Página 62: «…me desarrollé yo sola en el amnios de un laboratorio». Página 133: «…el amnios de la resurrección».

¿Qué es el amnios? Quien ha tenido alguna relación con una gestación ha aprendido qué es el líquido amniótico, el relativo al amnios, que es la membrana delgada, transparente que rodea o envuelve al feto. Amnios es un neologismo científico inspirado en el amníon, ἀμνίον, el vaso o lebrillo (cuenco, fuente) para recoger la sangre de los sacrificios. Ἀμνός, amnós, es cordero, el animal del sacrificio de la tradición judía.

Es curioso que Méndez, que ha acertado a morder otras raíces griegas en su obra, como en el caso de phármakon, no se haya detenido a deleitarnos con su don poético gracias a un concepto que tan bien aúna dos puntales de su discurso: la sangre que genera vida y la sangre que brota de la muerte, el nacimiento encapsulado por una membrana que recibe el nombre de un ritual de sacrificio.

Si Begoña Méndez no se ha detenido en esta etimología seguramente es porque tiene el amnios incorporado a su imaginario. El amnios de la gasolinera, de un laboratorio, de la resurrección: en nuestra autora este lugar es un lugar de creación, de vida. La cuna de criaturas imprevisibles, como su obra.

José Vidal Valicourt y Begoña Méndez en la librería Drac Màgic de Palma. Foto: Nadal Suau.

El escritor José Vidal Valicourt ha comentado que Autocienciaficción para el fin de la especie es tan potente e intenso, tan rico y polémico que obliga a debates, seminarios, clubs de lectura, incluso merece tesis. Méndez ha declarado: «No sé lo que he hecho».

Yo tampoco sé lo que ha hecho. Sé que primero intentó una ficción sci-fy. Sé que en seguida prefirió amotinarse y probar un ensayo. Sé que ese ensayo está atravesado brutalmente por la prosa poética del delirio y de la confesión sin renunciar a la impostura, o mejor, al vaciado de su persona ofrecida como médium por el que se expresan otros seres, mujeres, pero también entes de naturaleza no humana. Me he preguntado, acabando la lectura, si alguien habrá probado antes a escribir una novela de ciencia ficción desde un lirismo tan exaltado.

La prosa poética de Méndez nos engulle como un tifón y nos lleva hasta la última página. Da igual si entendemos todo o no, da igual si aprobamos todo o no. Nos hipnotiza su proyecto de desaparición y la belleza de su verbo fecundo. La mujer que detendría la natalidad mundial resulta ser puro parto, creación infinita.

Este libro es un poema que sublima el dolor físico, que disecciona el cuerpo con los bisturíes intangibles de la palabra. La estudiosa caza citas, historias, y las pare de nuevo. Se deja traspasar. Es otras y a veces es ella misma y nos revoluciona con su lucha contra los estragos del hambre. (No sé si con un par de kilos -un par mallorquín, o sea por los menos tres- Begoña Méndez estaría más sexi, como le han dicho alguna vez. Pero creo que ganaría un poco de espacio para tatuajes). Esta afortunada utilización de una película como fertilizante para esculpir una pieza poética, me ha recordado los memorables capítulos en verso del libro sobre cine de Gabriel Bertotti.

Aparece una vez más la palabra amnios. Es en la página 198: «La sepultura y el amnios», dice en el curso de una enumeración de los estados que la nueva identidad de Méndez atraviesa nadando «a crol», poseída por el alma de María Inés Mato. Las palabras brotan en Méndez como frutas mágicas en un rito iniciático, se convocan unas a otras; fluyen como fluye la misma autora cuando bucea para nadar esa dicha que no puede decir; afloran sin cesar al paso de sus brazadas, de sus patadas con cola de sirena al agua en calma de nuestras certezas.

Cruzas a crol un baldío anterior al claustro materno. Materia confusa, disolución en las aguas: te haces savia primordial. Líquido sagrado. (pág. 198).

Begoña Méndez ha dicho que «esta voz se ha acabado», pero ¿cómo puede saberlo si no es su voz, si es la voz de un cuerpo poseído? No es su cuerpo y, entonces, tampoco es su alma. «Este ensayo» no es al final «mi cuerpo». Y por eso nos interesa, porque es un cuerpo como «ademán poético», como la aflicción de los demás que ese mismo cuerpo, esa misma mente, a veces propia, a veces alienada, reconoce atender.

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