Duplicarse o desaparecer. La anomalía de Le Tellier.

La anomalía, la novela de éxito de Hervé Le Tellier, no plantea un problema real. No plantea un problema posible que deban resolver los agentes responsables de la realidad: políticos, demógrafos, filósofos, físicos, informáticos, sacerdotes…

La anomalía plantea un problema mucho más importante, un reto artístico, imaginativo, narrativo, poético, mágico. Por eso el libro solo empieza a emocionar cuando se confrontan los personajes duplicados con su doble, demostrando que lo ocurrido (la aparición de un avión con pasajeros que ya estaban en este mundo, y que habían cogido ese vuelo meses antes, y por lo tanto son personas repetidas caminando sobre el planeta) no es tanto una tragedia, ni un conflicto, como una mina para la germinación de situaciones propicias para el brillo de la ideación literaria. Por eso es verdad que no hay posible spoiler para el libro: adelantar que un avión y sus pasajeros se han duplicado es adelantar simplemente un punto de partida.

Un ejemplo de esas ideaciones: la impagable situación del escritor fracasado que ha triunfado después de muerto (se suicidó) y ahora aparece para torear su fama, cuando ni siquiera ha llegado a escribir aún el best-sellar por el que ha logrado el éxito. Otro: el hombre que previene, a su yo del pasado, de la ruptura que le espera con la mujer de la que está enamorado. (Dos citas me quedo para el tema tan resbaladizo del amor: «amar evita al menos tener que buscarle continuamente un sentido a la vida», y «para dejar a la persona amada, hay que deconstruir el mundo»).

Para traer La anomalía a este blog no me justifico en tropiezos etimológicos sino mitológicos. El primero es la operación Hermes. Los gestores de la crisis deciden llamar así a la operación por la que los pasajeros duplicados, su viaje imposible y su secreto, deben «esfumarse». Los hombres y mujeres que trabajan en el llamado protocolo 42, deciden ejercer de psicopompos, como Hermes, y conducir a los duplicados a un mundo inaccesible para quienes puedan utilizarlos o amenazarlos. No se trata de eliminarlos, de hecho, la operación Hermes afecta a los originales y a los dobles, a los pasajeros de marzo y a los de junio, pues su propósito es ocultar su identidad, llevarlos a una dimensión a salvo de fanáticos y periodistas.

El segundo tropezón se da cuando Victor Miesel, el escritor que se ha suicidado y que en junio vuelve a aparecer sin tener que lidiar con su doble, menciona «La caja de Pandora» en una tertulia televisiva en París. Lo hace para apoyar la opinión de un filósofo, un tal Philomède, que ha dicho que el hecho de que todos los humanos y nuestro mundo seamos virtuales no cambia nada, cada uno seguirá con su vida, del mismo modo que cada uno ha seguido con su vida tras aceptar el cambio climático. Nos limitamos a esperar, porque los humanos somos dueños de ese mal, el último de los males de la tinaja de Pandora, la esperanza.

Al respecto de esperar y «no hace nada» contra el hecho de que toda la realidad es virtual, el narrador de la novela hace un comentario delicioso: «Explorar el espacio ya es caro, pero si encima no hay espacio, entonces es desorbitado».

Una nota particular

Un amigo me regaló La anomalía diciéndome que es un libro que debía haber escrito yo. Al terminar la lectura le he entendido. En mi novela Stradivarius Rex planteo un imposible físico similar: un hombre cambia de cuerpo cada día. Es quizá el fenómeno inverso y a la vez multiplicador de la duplicación de Le Tellier. Los 240 personajes de La anomalía se multiplican por dos, lo que implica unos sobrantes. Mi personaje de Stradivarius Rex implica un faltante, cientos de ellos. Cada día deja de ser no sólo su yo original, sino cada uno de los hombres que ha sido el día anterior. Sin embargo también es todos ellos, acumula sus memorias. Como en el libro que nos ocupa, se trata de un punto de partida desde el que ensayar piruetas literarias.

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