Leo El jardinero, el escritor y el fugitivo, de César Aira, y en la página 16 encuentro:
«Ese hombre había sido un parangón de alegría».
Salto en la butaca. ¿Un parangón de alegría? ¿Qué intenta decir el narrador? Parangón es semejanza o comparación, pero parece que lo que quiere decir el escritor en esta frase es modelo, ejemplo, paradigma. El personaje del que se habla en la primera novelita del volumen, El jardinero, era un tipo feliz y de un día para otro, «se había deprimido». Aira remata el largo párrafo sobre la tristeza de ese hombre y nos la contrapone a la alegría de la que siempre había hecho gala, de la que era representante, modelo, ejemplo…lo que queráis llamarlo. Pero… ¡parangón!
Llamé a Gabriel Bertotti, mi argentino de cabecera. ¿Es que es posible que en Argentina parangón signifique ejemplo? Me confirma que no.
Aira debió usar la palabra paradigma. Se equivocó. Pero como bien sabe el alma mater de los Premios Formentor, Basilio Baltasar, los errores de una edición (erratas, léxico o sintáxis u ortografía fallidos) son siempre culpa del editor, no del autor.
Random House debió de fiarse del dominio del diccionario del último Premio Formentor de las Letras.
Pero este blog está en deuda con ese error de César Aira, pues gracias a él nos detenemos en esa rimbombante palabra mál utilizada: parangón. ¿Qué etimología tiene?
MI intuición me dijo que es una deformación de paragón. Y paragón, quizá, aventuré, era el resultado de para + agón (παρὰ ἀγών), algo así como «con lucha, con combate». Era plausible, pues no tener parangón es lo mismo que no tener rival, competidor.
Sin embargo fui a consultarlo a otras fuentes y no, no era eso. Su origen es parakone (παρακόνη), piedra pómez, piedra de afilar, piedra de toque o el verbo παρακονάω, afilar, aguzar. Según este étimo, el sinónimo de parangón no es exacamente modelo, sino filtro, molde, patrón, prueba.
La infalible web etimologias.dechile nos cuenta que los alquimistas llamaban paragon a la piedra de toque en la que se rallan los metales preciosos para poder comparar su puerza. Así que profundizamos: parangón/paragón no era metro, sino el instrumento con el que medimos y comparamos.
Usamos la expresión «sin parangon», «no tiene parangón». La evolución sería: 1. «No hay paragón que pueda demostrar que este oro es falso». 2. «No hay paragón para este oro. 3. «Este oro no tiene paragón/parangón». 4. «La metedura de pata de Aira no tiene parangón». No hay evolución lógica para llegar a: «el jardinero era un parangón de alegría».
Equipo de piedra de toque, para conocer la pureza de un material
Aira se atreve a convertir el parangón en el primer atributo (el jardinero era un parangón de alegría) de la historia del español. Qué va, es broma. Solamente se ha equivocado. No es Homero, e incluso Homero duerme de vez en cuando.
Leí esas páginas de Aira en un avión Mallorca-Sevilla, donde me encontré con el escritor Pablo Gonz, a quien le comenté mi sorpresa por el lapsus de Aira. No pudimos parar en todo el fin de semana de reírnos a costa del gazapo, pues empezamos a utilizar en cualquier contexto indebido la palabra corrompida por Aira. Fue divertido llamar parangón a cualquier cosa. Resultó un comodín muy afortunado. Yo creo que podría cuajar en el acerbo popular, como el candelabro de Sofía Mazagatos. Decir candelabro por candelero, es un lapsus similar al de decir parangón por paradigma.
Aunque en este blog intento acallar mi faceta bufona, no he podido evitar esto:
Y tampoco estaría mal que la fama de Aira, al alcanzar las cotas de la de Mazagatos gracias a su parangón, le sirviese para llegar a millones de lectores que podrán gozar su buena literatura.
El jardinero, por cierto, no es precisamente la mejor puerta para admirarla.
—¿Cómo salieron las cosas? —Tengo mucho que contarte.
(IIIIIIIIIII)
—¿Qué ha pasado? —¡Me he prometido! —Enhorabuena. ¿Y quién es ella? —Ella soy yo.
(IIIIIIIIIIIII)
—¿Queeeeé? —Osgood se me ha declarado. Pensamos casarnos en junio.
(Ahlaliro..IIIIIIIIIIIIII)
—¿Qué estás diciendo? ¡Tú no puedes casarte con Osgood? —¿Demasiado viejo para mí? —Jerry, ¿no estarás hablando en serio? —¿Por qué? ¡Él se casa y se divorcia constantemente!
(IIIIIIIIIIII)
—¡Pero tú no eres una mujer, eres un hombre! ¡Ni en broma puedes hacer eso! —¿Y el porvenir?
(Yahaaalala IIIIIIIIIIIIII)
—Jerry, es mejor que te acuestes. Tú no estás bien. —¿Quieres dejar de tratarme como a una niña? ¡Ya sé que es un problema! ¡No soy idiota! —Naturalmente que lo es. —Su madre. Eso es lo que me preocupa. Pero me dará su consentimiento porque no fumo.
(¡Jahlaliro…!IIIIIIIIIIII)
—Jerry, hay otro problema más grave. —¿Ah sí? ¿Cuál? —Pues el viaje de bodas, imbécil. —Ya hemos hablado de eso. Él quiere ir a la Riviera, pero yo me inclino por las cataratas del Niágara.
(IIIIIIIII)
—Escúchame: Jerry, ¡tú no estás en tus cabales! ¿Cómo piensas arreglar eso? —¡Es que no va a durar mucho, Joe! Le diré la verdad en el momento oportuno. —¿Cuándo? —Inmediatamente después de la boda. Se solicita inmediatamente el divorcio, él me asigna una cantidad mensual para mis gastos, y yo a vivir tranquilamente el resto de mis días.
(IIIIIIIIIIIIII)
—Jerry, Jerry, escucha Jerry, escúchame. Hay disposiciones, leyes. ¡Eso que dices no puede hacerse! —Shhhhhh, ¡Joe! ¡No tendré otra ocasión de casarme con un millonario! —Oye Jerry, ¿quieres oír mi consejo? Olvídate de este asunto. Convéncete de que eres un hombre. Eres un hombre. —Soy un hombre. —Eso está mejor. —¡Soy un hombre! ¡¡Soy un hombre!!
……
En este momento de la escena, Jack Lemon abandona su estado de euforia, se quita la peluca y deja las maracas. En efecto, estos signos que he colocado en el diálogo, (IIIIIIII), corresponden a los segundos en que Jerry/Jack Lemon toca unas maracas y canturrea jubiloso mientras discute con Joe (Toni Curtis). Billy Wilder, en varias entrevistas, como la que recoge en su libro Hellmuth Karasek (Billy Wilder. Eine Nahaufnahme von Hellmuth Karasek, 1992), explicó que adornó el diálogo con las maracas para dar un respiro al espectador. Tiempo atrás, Wilder había ido a una sala a ver una de sus primeras comedias, para ver cómo respondía el público, y había sufrido lo suyo porque las carcajadas se atropellaban y la gente se perdía algunos chistes. Entendió que había que dejar silencios, pero para que no fueran incómodos, injustificados, en Con faldas y a lo loco, tuvo la idea de hacer tocar a Lemon unas maracas y ofrecer esos segundos de tregua para que nos riamos tranquilos.
A partir del minuto 1’50, el diálogo de las maracas.
Cuando descubrí esta anécdota, pensé en elaborar la que podríamos llamar Teoría de Las Maracas. Juntar en un sintagma teoría y maracas me resultó irresistible. Fue en la presentación de un libro magnífico sobre cine de Gabriel Bertotti, Margen cínico, de 2019 (Món de Llibres).
Ciertamente, resulta un rasgo elogiable para cualquier obra de arte narrativa (cine, novela…) la dosificación. Así que, para hablar bien del libro de Bertotti sobre cine, vino como anillo al dedo la Teoría de las Maracas, con origen en el cine. El libro en cuestión es intenso, es deslumbrante, pero no asfixia. Decir de un libro sospechoso de denso o abrumador (en datos, en ideas, en chistes…) que «no necesita maracas», es decir mucho y bueno. El autor ha sabido organizar. Si pensamos en autores que se arriesgan a abusar del ingenio y a saturar, como el Felipe Benítez Reyes de El novio del mundo (Tusquets, 1998), el consejo y el recurso wilderano es de agradecer.
Pero mi Teoría de las Maracas tiene una lectura reversible: en su aplicación original la maraca fue un recurso para la pausa, el silencio o el aire. Soy bastante ignorante de manuales de técnicas narrativas, jamás he cursado ni dado un taller de escritura y he escrito siempre por instinto, estructurando y diseñando a mi bola, sin fiarme de otros, no por rechazo sino por desconocimiento. Pero abrazo cualquier idea formulada por otros que considere útil. Las Maracas representan la idea de la dosificación, tanto de los huecos entre chistes o genialidades, como de esos mismos chistes y genialidades.
Lo más frecuente es que la genialidad no haga acto de presencia. Los lectores la necesitamos. Ese hallazgo en expresión o en idea que nos sorprende es el anzuelo que un artista sabe colocar a tiempo cada, al menos, cinco páginas. Los lectores queremos que la narración fluya amablemente, con un mínimo interés. No esperamos empacharnos (en principio no creemos que el autor sea un ingenioso descontrolado), y sí morder esos anzuelos que nos prometen un festín: ir haciendo una feliz digestión de cebos el tiempo que dure la lectura.
Se ajusta, pues, a la Teoría de las Maracas, el truco de tocarlas no para desengrasar una corriente de engrudo intelectual o ingenio reconcentrado, sino para soltar a tiempo ese pellizco de sal, meter el ruido justo que despierte, sorprenda, ciegue al lector, que se estaba aburriendo o ya dormía. A finales del 2020 me invitaron a dar una conferencia. A falta de maracas yo me llevé una pandereta y la toqué en un par de ocasiones, y falta que hacía.
Por tanto, queda claro, hay dos tipos de maracas: las maracas bombona de oxígeno y las maracas despertador.
Pensé en traer Miss Marte de Manuel Jabois a Las raíces abiertas cuando me topé con las dos primeras tandas de maracas. Que Jabois escribe con chispa suficiente cada párrafo en su labor periodística y en su obra narrativa, es de dominio público. Además, nos deleita con ese pellizco de genialidad de especial brillo en puntos bien escogidos del relato.
«No nos dijisteis cómo os llamabais». La chica que había fumado, alta y muy delgada, morena de pelo largo, la más callada y triste, dijo «Rebeca» y la chica a la que una guapa de instituto le había robado el novio sonrió de una forma divertidísima, entornando los ojos: «Miss Marte». Y dijo, con la gracia natural de una niña a la que todo le salía bien: «Es que allí hay otro canon». (Pág. 60, edición de 2021, Alfaguara).
La historia (ficción) de Miss Marte es la de una niña desaparecida y su misteriosa y jovencísima madre, reconstruida veinticinco años después gracias a un documental basado en entrevistas a los vecinos del pueblo de Xaxebe, Galicia. Desde el primer párrafo salta la resonancia de Crónica de una muerte anunciada, por el envoltorio periodístico. La historia la cuenta un periodista de la tierra, ayudante de Berta Soneira, la directora del documental.
Manuel Jabois
Otro golpe de maraca:
«Yo no me enamoré de ella al verla», dijo Santiago Galvache veinticinco años después, «sino que al verla pensé que estaba enamorado de antes».(Pág. 87)
Estas ocurrencias que no tiemblan al echar mano del absurdo, a mí me suenan más que a maracas, a gongs perfectos. Es un uso del absurdo parecido a la de la página 124:
…le poníamos la cara de la tía Fanny de Los Cinco, algo impresionante porque nadie tenía ni idea de qué cara era esa.
Pero es en la página anterior, la 123, donde encuentro la excusa para traer esta novela de Manuel Jabois a este blog lingüístico:
A menudo uno encuentra una palabra que no oyó en la vida, o la aprende por sí mismo, sólo por el mero hecho de necesitarla de la manera más urgente e insólita.
Se refiere el narrador al hecho de que un personaje, Pepe Galvache, suegro de Mai (Miss Marte), busca durante «medio siglo» un adjetivo para completar la descripción de cómo da en la pantalla de televisión Lola, la mujer del servicio. Al final concluye, para ligarlo al sustantivo presencia, con el adjetivo inadecuada.
La ocurrencia de que se puede inventar una palabra que ya existe, de forma mágica, por razón de urgencia, es un hallazgo no sólo poético sino filosófico, que como obseso del origen del lenguaje me ha hecho muy feliz.
Lemon y Wilder
Releyendo Miss Marte descubro que es un trabajo literario más deslumbrante de lo que ya pensaba, diseñado con admirable inteligencia. Para mí ha habido más anzuelos que quizá para otros: las bromas sobre el mundo periodístico, la mención a los romanos que llegaron al Fin de la Tierra, la banda sonora de los Kinks. Una lectura gozosa y profunda, más allá del entretenimiento, que junta reflexión sobre el paso del tiempo, retrato social y las jugarretas de la mente, magistralmente cerrada.
Y hasta aquí mi primer esbozo de la Teoría de las Maracas, que celebro haber podido ejemplificar con esta brillante novela de Manuel Jabois.
«Así que esta es Yulia», dijo al ver a la pequeña, cogiéndola en brazos. «La primera nena de la pandilla». «¿Quieres ser su padre? Es que no tiene», le dijo ella. (Pág. 87).
(IIIIIIIIIIII)
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Gabriel Bertotti ha publicado un libro sobre cine y lo ha titulado Margen cínico (Món llibres, 2019).
Cínico viene de la raíz griega perro, κυν-ὀς, y se usó primero para aquellos filósofos que tenían a gala vivir como perros, sin posesiones y ladrando. Diógenes y CIA.
Bertotti es cinéfilo y no sé si cínico, de los de antes o de los de ahora, y le ha dado la gana hacer un uso desplazado de ese cínico: formalmente proveniente de la raíz mencionada (perro) pero gamberramente atada por su significado al origen cine, del griego κίνησις, movimiento. Hay que recordar que cine es la abreviatura de cinematógrafo: el movimiento escrito. Lo correcto o esperable era «Margen cinéfilo», o cineasta, cinemaníaco, o cinematográfico… Pero quién quiere ser correcto.
Dos páginas del libro: imagen de Nastasia Kinski en «París, Texas» de Wim Wenders, procesada por el fotógrafo Gabriel Bertotti.
El libro de Bertotti me parece una maravilla, una verdadera fiesta. Contiene mucha información que ilustrará a los poco o medio cinéfilos, pero más allá de los datos es una valiosa pieza literaria. Me parecen perturbadoras aparte de originales las reseñas ¡en verso! de películas como Centauros del desierto y París, Texas. Estremecedoras y lúcidas las divagaciones a raíz de Déjame entrar o de Logan.
Cómo no admirar a un escritor que, gracias a Logan y su eutanasia, nos deja esto:
Un padre se transforma en maestro de sus hijos cuando les enseña a morir con su propia muerte. (Pag. 108).
En mi libro de poemas Los trofeos efímeros (Sloper, 2014), dediqué piezas a películas: El hombre que mató a Liberty Valance, El hombre elefante y La versión de Browning. Así que me he sentido muy cercano en estética y temática a lo que ha hecho Bertotti, pero lo suyo me parece más audaz porque no es la típica pieza poética que se inspira en películas y cuenta de otro modo una escena. Bertotti hace un poema que funciona como reseña y el hecho de que se nos presente en verso está justificado: hay una ambición de belleza que había que subrayar. A veces el poema no es reseña sino regalo biográfico en el que el cine es telón de fondo. Es la vida del autor el tema principal y la película, la sala de proyección, el escenario provisional de un momento eterno.
Me he reído mucho con las entrevistas geniales, inventadas, hechas a John Ford, Howard Hawks, John Huston… Con el homenaje a Tarantino en forma de guión de una escena de otra Pulp Fiction. Deliciosa la reflexión sobre las nínfulas que el arte del siglo XXI ya no podrá alumbrar, a propósito de Manhattan de Woody Allen.
El libro contiene fotos en B/N del mismo Gabriel Bertotti, estupendas. La portada aparentemente es poco afortunada. Hay quizá mejores fotos en el interior, pero tras mucho mirarla encuentro una luz entre los dedos de ese pie que ya no sé si es luz o llaga o una inquietante invasión de… pero esperen, cojo el libro y lo alejo lo máximo de mi rostro y ¡justo ahora lo descubro! Algodón entre los dedos. Quiero creer que el autor a robado un fotograma de Lolita de Kubrick.
El libro se erige en prescripción apasionada de las películas que no podemos no haber visto o no ver cuanto antes. Despierta hambre en quienes buscan buen cine, sobre todo clásico (aunque Dios lo bendiga, también ama Endgame, Star Wars y hasta Torrente). Yo creo que ha de maravillar a quienes, como él, ya saben mucho de cine, ya han visto lo que hay que haber visto.
Yo he aprendido mucho. ¿Será verdad que Lowry murió tocando el ukelele?
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