«Godless» y Jenofonte

Este tropiezo no ha sido con una etimología, pero estamos abiertos a hacer eco de cualquier rastro del mundo antiguo.

Es el inicio del capítulo 5 de la serie Godless, un western de 2018 que no está nada mal. Frank Griffin (un impecable Jeff Daniels) es un forajido al mando de treinta desalmados. Masacra pueblos enteros sin despeinarse. Mujeres y niños.

En la escena que comento, sermonea a Roy Goode (Jack O’connell), un hijo adoptivo, sobre el cuidado de los caballos.

–Si algún día aprendes a leer, podrías cruzarte con un hombre llamado Jenofonte.

–¿Jenofonte? Vamos, Frank, ¿por qué no admites que te lo inventas todo?

–Era un alumno de Sócrates. Dicen que fue el primer jinete auténtico. Creía que los caballos, al ser animales-presa y eso…sus mayores instintos…eran el temor, la huida y, al final, la lucha. Y, por esa razón, el viejo Jenofonte creyó que domarlos tenía más sentido que someterlos. Que en lugar de forzar y pegar al animal, usaría una cuerda, un control moderado y un buen trato. Y que lo haría así.

Mientras va diciendo esto, Frank deja un caballo delicadamente tumbado en el suelo. Y dice luego:

–Para un caballo estar tumbado no es natural. Lo vuelve sumiso, lleno de temor. Dificulta que haga lo que quiere hacer, que es escapar. Tiene que confiar en ti. A pesar de lo que algunos creen no se trata solo de enseñarle quién manda, sino de mostrarle que tú eres el que le alimentarás y le darás de beber. Tú eres el que cuidará de él.

Frank endereza al caballo y se sube a su lomo.

–Se trata de mostrarle que puede confiar en ti, siempre y para siempre.

Y el caballo se levanta con él encima.

¿Cómo? ¿Jenofonte el primer jinete auténtico? ¿De dónde se han sacado eso los guionistas de Godless?

No de las aventuras de su libro más perdurable, Anábasis, sino de su tratado sobre equitación, el más antiguo escrito. En ese texto dice: Hay que acariciar todo el cuerpo del potro, especialmente donde más le gusta, como crin y tupé y los sitios donde el potro mismo no se puede alcanzar. 

Jenofonte es aún más amoroso de lo que Frank Griffin recuerda.

¿Convierte eso a Jenofonte en el primer jinete auténtico de la historia? Bueno, el cine, todo arte, es hiperbólico, ya se sabe.

Lo cierto es que el mote que nos ha quedado de Jenofonte no es «el corcel mimado» sino «la musa ática» o «la abeja ática», al parecer por su prosa dulce y zumbona. También pusieron este apodo a Sófocles, por motivos similares. Parece que para ser abeja bastaba con ser de Ática.

En fin, cuando una obra de arte del siglo XXI hace un guiño a un padre de la cultura occidental del siglo V antes de Cristo, nos consolamos. Un colono en el Oeste americano en el siglo XIX está más cerca de un guerrero griego dos mil quinientos años anterior que de nosotros, a ciento cincuenta años, aislados de la naturaleza, de su dureza y su corazón. Al menos lo sabemos y, algunos, se acuerdan de aprovecharlo en su película, en su serie, en su novela. En su poema.

Crusat, Antígona, Sebald y lo imposible

Leía hace unos días un libro delicioso y muy brillante que recomiendo, obra de un hombre de cultura apabullante (reconocida ya por varios prestigiosos premios). Se trata de W. G. Sebald en el corazón de Europa, de Cristian Crusat (Wunderkammer, 2020).

Crusat ensaya un recorrido muy interesante de la mano de la obra originalísima del autor de Los anillos de Saturno, un canto casi fúnebre a un mundo de ayer que quizá no es tan distinto, en el fondo, al de hoy. La capacidad de análisis y la audacia del pensamiento del autor ha de fascinar a los lectores de Sebald y lanza, a los que lo tenemos pendiente, directamente a zambullirnos en su obra, seducidos por su ética de la contención y la pequeñez.

Cristian Crusat

Crusat nos describe en el libro una genialidad de Larry David, quien en su serie Curb your enthusiasm muestra una escena demoledora sobre la incapacidad de los ojos contemporáneos para ver el sufrimiento de las generaciones precedentes.

En otro momento nos recuerda la Antígona de Jean Anouilh, y un dato histórico: entre un tercio y un cuarto de millón de hombres quedaron sin sepultar entre las trincheras de Verdún.

Si intentamos encajar ese cuerpo insepulto en las figura de Polinices y Eteocles, los hermanos de Antígona, nos falla el planteamiento de la tragedia. Crusat cita a Steiner: los cuerpos insepultos pronto quedan reducidos a una papilla indistinta.

En clase les leí a mis alumnos esas páginas, y luego nos pusimos a leer el principio de la Antígona de Sófocles. Nos detuvimos aquí:

ἀρχὴν δὲ θηρᾶν οὐ πρέπει τἀμήχανα.
[arjén de zeran u prepei taméjana]

No es conveniente perseguir desde el principio lo imposible,
tradujo Assela Alamillo para Gredos en 1992.

Propuse a mis alumnos que tradujéramos de otro modo y dimos con esto:

No conviene empezar por ir tras lo inútil

Aunque jugamos a traducir θηρᾶν por su acepción más básica, así: cazar lo imposible, lo sin remedio. Solo se puede cazar lo que se persigue. Para cazar hay que correr, ir tras la presa. No merece ser llamada caza la actividad que se cobra una pieza si el cazador está quieto, escondido, apostado traicioneramente como un verdugo.

Les dije a mis alumnos:
—Recordad esta frase de Ismene, la hermana sensata, temerosa, y dentro de treinta años, decídsela a algún hijo vuestro, así, en griego, y acordaos de mí que estaré criando malvas.
Gloria terció: pero no hay nada imposible.
Entonces, les dije, recitad ese consejo o su contrario según os convenga. Unas veces será útil uno, otras otro.
No les dije la verdad: que no se trataba de acertar algún día en el maternal consejo, sino de acordarse de su sentimental profesor.

Añadí:
—Haced como Groucho, que dijo Estos son mis principios, si no les gustan, tengo otros.

Y entonces me di cuenta de que ninguno de mis once alumnos sabía quiénes son los hermanos Marx, y entendí que antes de llegar a Sófocles, incluso antes de pasearlos por la Europa de Sebald, tendría que darles a probar la sopa de ganso.